En el panorama empresarial actual, cada vez más consciente, los conceptos de “impacto planificado” e “impacto percibido” son más relevantes que nunca. Estos términos, que recuerdan a la obsolescencia planificada y percibida en los productos, pintan un cuadro vívido de los caminos divergentes que pueden tomar las empresas en su búsqueda de marcar la diferencia. Sin embargo, mientras una conduce a un cambio tangible y a un crecimiento sostenible, la otra corre el riesgo de dañar su reputación y de perder la confianza.
Impacto planificado: El camino del cambio mensurable
El impacto planificado es el corazón de una práctica empresarial auténtica y responsable. Implica establecer objetivos claros y cuantificables para lograr un cambio positivo, ya sea medioambiental, social o económico. Estos objetivos están arraigados en acciones concretas y progresos transparentes, afines al ethos que subyace a las prácticas sostenibles. Las empresas que se centran en el impacto planificado no se limitan a establecer objetivos elevados, sino que trabajan diligentemente para alcanzarlos, al tiempo que mitigan activamente cualquier efecto adverso. Este enfoque no sólo contribuye a un planeta y una sociedad más sanos, sino que también fortalece la empresa al alinear sus operaciones con sus valores.
Impacto percibido: El riesgo del lavado a propósito
En el otro lado del espectro se encuentra el impacto percibido, a menudo etiquetado como “lavado de cara” o “lavado verde”. Se trata de empresas que proclaman su compromiso con determinados valores o cambios, pero sus acciones conducen a resultados poco o nada tangibles. Es un enfoque pesado en palabras e intenciones pero ligero en impacto real. Aunque esto pueda ofrecer beneficios de relaciones públicas a corto plazo, puede acarrear importantes repercusiones a largo plazo.
El peligro para la reputación: Predicar con el ejemplo
La discrepancia entre el impacto previsto y el percibido puede dañar gravemente la reputación de una empresa. Los consumidores de hoy en día están más informados y son más exigentes; pueden detectar la falta de autenticidad y son rápidos a la hora de denunciar a las empresas que no cumplen sus promesas. Esta laguna puede dar lugar a publicidad negativa, reacciones negativas de los consumidores y una pérdida de confianza, todo ello difícil de recuperar.
Impacto en la lealtad de los clientes y el orgullo de los empleados
Hoy en día, los clientes buscan alinearse con marcas que reflejen sus valores. Cuando las empresas dicen defender algo pero no lo demuestran, la lealtad de los clientes puede flaquear. Del mismo modo, los empleados quieren trabajar para empresas que se esfuerzan realmente por marcar la diferencia. Una brecha entre el impacto reclamado y el real puede disminuir el orgullo y el compromiso de los empleados, lo que repercute en la productividad y la retención del talento.
Intereses en juego
Para las partes interesadas, desde los inversores hasta los socios, la alineación entre los objetivos declarados de una empresa y sus acciones es crucial. Las discrepancias en este punto pueden provocar tensiones en las relaciones, una reducción de las inversiones y un cuestionamiento de la viabilidad a largo plazo de la empresa.
El camino a seguir: Autenticidad y responsabilidad
El camino a seguir para las empresas está claro: autenticidad y responsabilidad. No basta con reivindicar el impacto; las empresas deben planificar, actuar, medir e informar de sus progresos. Al hacerlo, contribuyen positivamente al mundo y construyen marcas más fuertes, más resistentes y más fiables.
En conclusión, la diferencia entre el impacto previsto y el percibido es enorme, con importantes implicaciones para las empresas. En una era en la que la autenticidad es el rey, sólo aquellos que se comprometan con sus objetivos de impacto y trabajen de forma transparente para conseguirlos prosperarán y construirán legados duraderos.